Educación moral: la mentira
Creo que una buena manera de educar moralmente a los niños y jóvenes es intentar dar mayor soporte a los principios éticos que se les exigen o que se desea que construyan, explorando y trayendo a la luz sus fundamentos filosóficos. Esto, lamentablemente, se hace muy pocas veces en el proceso educativo, más habituado a dar órdenes sin razones que las sustenten o a prescribir normas de conducta con argumentaciones que no corresponden al dominio moral sino al convencional (apelación a la reglamentación, por ejemplo) y que, por lo tanto, no ayudan realmente a entender la naturaleza ética de las trasgresiones. Ahora ya no se enseña filosofía en la secundaria y, cuando se enseñaba, las clases se limitaban a repetir de memoria conceptos inintelegibles de algunos filósofos, sin que tales conceptos se analizaran críticamente o se utilizaran para discernir situaciones de vida.
El ejemplo que quiero usar para ilustrar mi punto es la mentira. Engañar al otro es incorrecto no porque haya una regla sobre ello, porque a nuestros padres no les guste o porque la escuela o el maestro lo prohiban. Esas no son razones suficientes para entender el sentido de la recomendación de no mentir. Mentir o engañar suele ser inmoral (aunque hay excepciones a esta regla, como cuando mentir es el menor de dos males) porque trasgrede un elemento básico de confianza y reciprocidad que debe prevalecer en las relaciones humanas. Estas no son sostenibles sin esa reciprocidad. La regla de no mentir tiene que ver además con la evitación del sufrimiento y el daño al otro.
Pensemos en un ejemplo. Puede tratarse de cualquier situación, un niño que le dice a otro que si lo ayuda en una tarea lo recompensará con un caramelo sin que esto sea verdad, un adolescente que convence a su amigo introvertido y temeroso de ir a un lugar muy lejano diciéndole que sus padres estarán allí para supervisarlos cuando no es cierto, un carpintero que ofrece terminar su trabajo en dos días sabiendo que es imposible o un hombre que se presenta a las mujeres como soltero y sin compromiso cuando en verdad está casado o comprometido. En todos estos casos la mentira es inmoral porque conduce a la persona engañada a tomar decisiones que probablemente no tomaría de haber tenido la información completa, lo que la coloca en una situación de gran vulnerabilidad y posible sufrimiento. El niño se involucra en la tarea esperando un caramelo y este no vendrá; el adolescente se va confiado a una situación que considera segura y al verse engañado se asusta, llora y se desestabiliza; la señora contrata al carpintero con una expectativa irreal que la decepcionará; la mujer confia y se abre emocionalmente a un hombre que la engaña, que la usa para sus propios fines y que no estará luego dispuesto a hacerse cargo de sus necesidades afectivas y sus expectativas.
En cualquiera de estos casos el imperativo categórico kantiano no se sostiene. La regla "actua de tal manera que aquello que hagas se convierta en una ley universal" se viola en todas las situaciones pues aquellos que engañan no estarían dispuestos a ser engañados, no querrían cambiar roles y tomar el lugar de sus víctimas. La regla "miente para obtener lo que quieras" no es una regla universalizable a la que estas personas estén dispuestas a someterse cuando les toca el papel de víctimas; cuando el imperativo no se sostiene, hay en la situación un problema moral.
La misma situación puede analizarse también usando el concepto de justicia como imparcialidad y el del velo de la ignorancia de John Rawls. Rawls dice que para tomar decisiones justas las personas deben estar bajo el "velo de ignorancia", un velo metafórico que les impida saber el lugar que ocuparán en la sociedad y su punto de partida (si son inteligentes o no, ricos o pobres, hombres o mujeres, frágiles o fuertes, si estarán sanos o enfermos....). Es decir, desde el desconocimiento de sus propias características en una situación dada, la ignorancia de sus circunstancias específicas y de la posición social que ocuparán, las personas podrán establecer normas y formas de conducta equitativas y justas para todos. Así, usando el concepto de velo de la ignorancia vemos que decidir engañar en cualquiera de los ejemplos anteriores no es justo pues es una conducta diseñada para la ventaja de ciertos individuos en un particular escenario y no para la ventaja o el bien de todos.
Por supuesto, otros análisis desde otros conceptos y autores son posibles. Sin duda, creo que ayudar a los niños y jóvenes, especialmente a los adolescentes de secundaria (aunque el ejercicio de reflexionar y discernir debe venir de mucho más atrás) a analizar filosóficamente las circunstancias de su vida, así sea de un modo sencillo, resulta crucial como parte de cualquier proceso de formación moral. Además, es mucho más significativo para ellos ingresar a la filosofía de esta manera que aprendiendo de paporreta términos con poco sentido que no se conectan con sus vidas ni les dan herramientas para tener en ella una aproximación ética.